Dr. Stuart Newman: «Social uses of science»

La utilización del concepto de gene para dividir y separar a las personas entre si y arrebatarles sus recursos naturales: ¿Qué hacer al respecto?

Preparado para «Con Ciencias por la Humanidad», San Cristóbal de las Casas, Chiapas
25 de diciembre de 2016 a 4 de enero de 2017

Stuart A. Newman, Ph.D.
Nueva York Medical College
Valhalla, NY 10595, Estados Unidos

El concepto del gen domino la ciencia biológica en el Hemisferio Norte durante el siglo pasado. La genética, fue construida sobre la experiencia de miles de años de cultivo de plantas y la crianza de animales -la biología experimental original- que siguiera cientos de miles de años más tarde a la biología observacional practicada por los cazadores-recolectores. La genética al surgir fue simultáneamente una ventana al funcionamiento interno de los sistemas vivos y una captura hostil de todos los conocimientos biológicos que la precedieron.

A pesar de su actual dominio sobre la cultura científica de las sociedades económicamente desarrolladas, el reino del gene como el supuesto «secreto de la vida» está llegando a su fin. Cuanto más aprendemos acerca de los sistemas naturales (o en muchos casos reaprendemos lo que se conocía tradicionalmente) se hace cada vez más claro que los genes son sólo una clase de los actores que causan y convierten a los embriones de animales y plantas en organismos completamente formados, viajando del organismo simple a los más complejos y desarrollados, del organismo simple a los más evolucionados en la historia de la vida sobre la tierra. Sin embargo, de forma alarmante, a medida que el concepto del gene todopoderoso se desvanece científicamente, esta noción está adquiriendo una nueva orientación ideológica en la apropiación y privatización de los recursos naturales y en fomentar la desigualdad entre etnias y clases socioeconómicas. ¿Cómo ha sucedido esto y qué se puede hacer para detenerlo? Este es el tema de esta charla.

El historiador soviético de la ciencia Boris Hessen, en un ensayo de 1931, describe cómo las leyes del movimiento de Isaac Newton, que claramente fueron un hito en nuestra comprensión del mundo físico, fueron producidas parcialmente en respuesta a las necesidades técnicas de la industria emergente del siglo XVII. Correspondientemente, esta teoría representaba a la ideología de la época y la de su cosmovisión estática que presentaba obstáculos a la dinámica de nuevos avances científicos. Hessen muestra cómo el análisis científico de la materia no mecánica (que se centró en la termodinámica, pero sus argumentos también pertenecen a la química y la biología) fue impedido por el paradigma mecánico newtoniano. Incluso el concepto de conservación de la energía, una consecuencia que fluye matemáticamente de las leyes del movimiento de Newton, no se articuló hasta después de la muerte de este. Esto fue resultado del carácter no dialéctico de la teoría de Newton (que sólo consideraba las masas puntuales y no incluyó la disipación) y su falta de acercamiento a prácticas productivas no mecánicas (por ejemplo, la metalurgia, la energía del vapor de agua).

Desde Hessen (y Marx y Engels, cuya filosofía inspiró su análisis) ya no es posible para los observadores honrados de la ciencia ignorar la dimensión ideológica de esta. Sin dudas esto se aplica también al gene. Cuando Gregor Mendel llevó a cabo sus experimentos de cultivo de plantas en Moravia en el Siglo XIX, empleó métodos que eran esencialmente los mismos que los utilizados por los agricultores durante milenios. Al registrar sus resultados cuantitativamente, descubrió asociaciones consistentes de «factores» (lo que ahora llamamos «genes») llevados por las semillas de las plantas que afectaban más tarde el desarrollo de esta plantas y que resultaran en rasgos alternativos (por ejemplo, tallos largos o cortos, vainas delgadas o anchas). Una simple reflexión indica que los que primeros productores de maíz a partir de gramíneas de la familia del teosinte en México, hace aproximadamente 9000 años, estaban haciendo lo mismo que Mendel: cultivando con selección e hibridación, mientras que cuidadosamente registraban sus resultados, probablemente utilizando uno o más de los sistemas Mesoamericanos de registro que se utilizaban en los famosos calendarios, en la astronomía y en la ingeniería a gran escala y en los proyectos cívicos.

Así, los primeros agricultores reconocieron y utilizaron implícitamente y sin saberlo los factores de Mendel mucho antes de que él o que la civilización europea existieran. Sin embargo, lo que estaba en juego en la agricultura tradicional eran las propiedades de los organismos enteros (es decir, las plantas de maíz) en el contexto de sus condiciones de cultivo. Las variaciones en las condiciones externas – temperatura, humedad, calidad del suelo, pueden provocar fenotipos diferentes – estructuras y funciones – tanto como los produce la variación genética. Además, las formas de cultivo favorable se propagaban socialmente, a través de las familias y de las comunidades, más que comercialmente (como ocurría cada vez más en el Hemisferio Norte) y con múltiples variedades, más que con monocultivos obligados por la estandarización industrial. Entre los pueblos que dieron origen a estos cultivos, la preservación de la variedad «ecofenotipica» (es decir, la gama de fenotipos en sus diferentes entornos ecológicos) tenían un valor científico supremo. Por lo tanto, los cultivadores no estaban motivados para adoptar un punto de vista reduccionista que atribuyera la naturaleza vital del maíz a los elementos ocultos en su etapa más pequeña y más quiescente de desarrollo (semillas).

No es sorprendente entonces que el trabajo de Mendel atrajo escaza atención entre los científicos y los agricultores. Si bien esto se atribuye a menudo a la falta de apreciación de la naturaleza revolucionaria de sus ideas, es más probable que sea porque la idea de que los factores latentes en las semillas de las plantas (o huevos y espermatozoides de los animales) y que influyen en el carácter del organismo desarrollado, era en ellos una idea ya familiar y con raíces antiguas. Los descubrimientos nuevos de Mendel de las proporciones numéricas de la herencia carecían de aplicación en la agricultura practicada en aquella época. A pesar de esto la genética mendeliana se fetichizo como la base de toda herencia a pesar de que sólo un pequeño porcentaje de rasgos biológicos se heredan de acuerdo con las leyes de Mendel. Incluso el mismo Mendel encontró excepciones a su «ley para los guisantes (arvejas)”. Los rasgos que se comportan de una manera clásicamente mendeliana son a menudo curiosidades o patologías.

Durante el siglo XIX, los capitalista industriales de Europa y los Estados Unidos, estaban experimentando demandas por parte de los trabajadores que despertaban políticamente con el objetivo de obtener de manera justa parte de la riqueza que ellos creaban con su trabajo. Los esclavos habían ganado finalmente su libertad y accedían a su lugar en la sociedad como ciudadanos libres y nominalmente iguales. Las mujeres se organizaban para obtener el derecho al voto y para eliminar las limitaciones patriarcales al ejercicio de la ciudadanía plena. En medio de estas luchas políticas y económicas, el estadístico británico Francis Galton se adelantó para avanzar el concepto de eugenesia, un programa que supuestamente mejoraría a la biología de la especie humana a través de métodos genéticos y hereditarios. Por primera vez, la biología de los seres humanos fue discutida por un científico de la elite en términos que estaban previamente reservados para los cultivos y el ganado. (Esta mentalidad está ahora tan arraigada en la cultura del Norte que es extraño darse cuenta de que tiene un origen tan reciente). Aunque Galton comenzó sus estudios con caracteres incontrovertiblemente cuantificables como altura, peso y longitud de miembros, rápidamente procedió a especular acerca de la base hereditaria de la inteligencia y de la belleza. Por supuesto, la creencia en las desigualdades raciales, y en la selección y la crianza de seres humanos, eran endémicas al sistema esclavista. Pero las élites de la época de Galton, que habían venido a ver a esta difunta institución como una vergüenza, ahora podían racionalizar las categorías sociales y su jerarquía de las cuales se beneficiaban, basándose en su supuesta pertenencia a una aristocracia genética.

Al igual que Mendel (cuya obra era desconocida para él), y cada criador de plantas y animales que le precedieron, Galton siguió la transmisión de la variación genética de una generación a la siguiente, en su caso utilizando sofisticados métodos estadísticos. Pero, a diferencia de Mendel, Galton estaba más preocupado por la variación continua que cambia ligeramente en cada generación, que por la variación discontinua, que cambia abruptamente. Esto hizo que los análisis e ideas de Galton fueran compatibles con la teoría evolutiva de su primo Charles Darwin, que estaba convencido de que las variantes animales y vegetales, raras y discontinuas (que los agricultores británicos llamaban «sports”, no tenían ningún papel en la generación de nuevas formas viables.

El gradualismo de Darwin – o sea su compromiso con el cambio exclusivamente continuo en la teoría dela evolución -, no ha resistido los análisis posteriores, tan bien como algunas de sus otras ideas. Desde la perspectiva de la biología del desarrollo evolutivo del siglo XXI, tanto las transformaciones abruptas como las graduales han moldeado a los organismos a lo largo de su evolución. El origen del maíz del teosinte, es sólo un ejemplo de cómo las novedades de aparición abrupta se incorporaron bajo guía humana al repertorio fenotípico de sus diferentes variedades. Hay mucha evidencia de que esto también haya ocurrido durante la evolución natural. Contrariamente a la teoría de Darwin de la selección natural, los organismos fenotípicamente nuevos no siempre surgen a lo largo de muchas generaciones por la competencia entre individuos ligeramente diferentes dentro de una población común. A menudo, una subpoblación nueva prosperará creando nuevas formas de vida en nichos ecológicos que antes no existían.

Esta alternativa al darwinismo, llamada «mutaciónismo» (porque propone que la evolución puede ocurrir a través de cambios génicos -mutaciones- con grandes efectos fenotípicos), aunque ampliamente discutida a principios del siglo XX, no logró consolidarse. Esto fue en parte debido a la aversión entre los intelectuales burgueses y sus patrocinadores a las teorías que presentaron un cambio abrupto y radical. Sin embargo, la biométrica de Galton no fue capaz de idear un mecanismo para la herencia basado en determinantes continuos, por lo que el mendelismo con sus factores discretos («partículas») se convirtió en la opinión dominante de cómo explicar la evolución. El modelo de Mendel usado para forjar una conexión y fusión entre la biometría y la popular teoría darwiniana de la evolución, termino siendo casi irreconocible. Esta asimilación se produjo en varias etapas. El primer paso, iniciando lo que se llamó la «Síntesis Moderna», fue afirmar que los caracteres estudiados por Darwin estaban influenciados por muchos genes. Trabajos posteriores han demostrado que esto es cierto, aunque no hay nada de discreto o de partículado en la forma en que ellos ejercen estas influencias. El segundo paso fue afirmar que los caracteres estaban determinados exclusivamente por los genes. Esto es incorrecto: casi todos los caracteres son el resultado de factores genéticos y no genéticos. La mayoría de los rasgos morfológicos (por ejemplo, el aspecto y la forma), surgen de las propiedades físicas inherentes a los tejidos vivos (análogamente a la forma en que las ondas son inherentes al agua), liberadas y refinadas por la acción de los genes, pero no causadas totalmente por la acción de estos .

El tercer paso, sucedió después de la invención de la computadora a mediados del siglo XX, y fue postular que los organismos se desarrollan bajo la guía de «programas genéticos» similares a programas informáticos. Esta noción es altamente engañosa: ya que nunca se han identificado tales programas. Además, una nueva comprensión de cómo la estructura de las proteínas (los productos de los genes por los que ejercen la mayor parte de sus funciones) depende de otras proteínas que las rodean, hace imposible que estos genes actúen juntos como en un programa.

Mientras estos conceptos erróneos sobre el gene se presentaban y difundían el gene tomó una vida propia en la imaginación pública. Escritores como Richard Dawkins, por ejemplo, persuadieron a muchas personas de que los organismos fueron creados, y tienen las características que los hacen, para simplemente servir como vehículos para que los genes se propaguen en sí mismos.

A medida que el concepto del gene – en parte empíricamente basado y en parte ideológico – se formaba durante el siglo XIX y en el siglo XX, los imperios coloniales comenzaban su declinación y colapso. Simultaneamente, los investigadores académicos en los imperios en declive, con creciente apoyo gubernamental y comercial, estaban ideando formas de utilizar la genética para limitar sus pérdidas sociales y económicas y preservar el status quo. Incluyendo esto la resistencia a las demandas de las poblaciones indígenas y otras poblaciones marginadas y de un creciente número de trabajadores agrícolas e industriales, demandas que reducían su capacidad para saquear los recursos de las antiguas colonias.

El pensamiento eugénico entre las élites educadas, que se utilizó para justificar las restricciones basadas en la etnicidad, en los programas de inmigración y de esterilización forzada en los Estados Unidos y Europa (algunos incluso en los años setenta), tuvo un efecto secundario, favorable al orden capitalista, al subvertir la solidaridad de los trabajadores. Ya que ellos aprendieron en las escuelas y en los medios populares que algunos grupos étnicos eran intrínsecamente inferiores a otros. Los partidarios de la Alemania nazi y de sus proyectos eliminacionistas y genocidas de la Segunda Guerra Mundial reconocieron libremente su deuda con los escritos eugenistas norteamericanos y británicos de principios del siglo XX, algunos de cuyos autores eran, tristemente, destacados biólogos de la izquierda. Después de la guerra, el eugenismo franco se volvió anticuado, pero surgió un ethos de «consejo genético» más preciso, en el que se desalentaba a las familias, a menudo con poca evidencia de beneficio, de transmitir ciertos genes a sus futuros hijos. También surgió la aparición disciplinas académicas tales como la sociobiología y la psicología evolutiva y de falsas narrativas evolutivas (comparadas por los biólogos marxistas Stephen Jay Gould y Richard Lewontin a las fantásticas «Just-So Stories» [(Por qué es así) de Rudyard Kipling para niños] que afirmaban una base genética para por ejemplo el rol socialmente subordinado de las mujeres.

La genética agrícola proporcionó el sustento para los agro negocios en las metrópolis del Norte. A finales de los años sesenta, por ejemplo, el 90% de la cosecha de maíz de los Estados Unidos consistía en una única variedad híbrida patentada. Pero tal monocultivo cortejó el desastre. En 1970, el 15% de la cosecha del país fue aniquilada debido a la susceptibilidad de la variedad híbrida a la picadura de la hoja del maíz sureña. Otras estrategias basadas en genes para aumentar la producción agrícola en el Sur global tenían consecuencias predeciblemente negativas dado su implementación por gobiernos subservientes a la economía política capitalista. Las «súper semillas» de la Revolución Verde, por ejemplo, a menudo aumentaron dramáticamente los rendimientos de las cosechas, aliviando así inicialmente el hambre en los países que los plantaron. Pero la necesidad de caros fertilizantes y pesticidas para apoyar este modelo agrícola, bajo la egida de regímenes políticos orientados a los negocios, condujo a la privatización de las tierras comunales y de las granjas de subsistencia. Como consecuencia, las formaciones sociales agrarias fueron destruidas y la pobreza rural aumentó notablemente.

La capacidad de los científicos, a partir de la década de 1970, para determinar el orden preciso de las subunidades de las moléculas de ADN (componentes centrales en la herencia de las propiedades biológicas), para modificar a partir de los años ochenta el ADN (denominado «ingeniería genética») en plantas y animales multicelulares y para lograr esto con mayor facilidad y precisión con la introducción de la técnica CRISPR / Cas9 en nuestra propia década, ha permitido algunas aplicaciones beneficiosas. Comenzando por ejemplo con la producción bacteriana de proteínas usadas para el tratamiento de enfermedades. Continuando recientemente con el uso de genes marcadores para ayudar a la selección de variantes de cultivos naturales y para la mejorar de la respuesta inmune celular contra el cáncer. Pero estos logros palidecieron en comparación con los usos cada vez más agresivos de la genética y de las ideologías centradas en los genes para obtener el control de los recursos biológicos del mundo, así como para diseñar planes para modificar genéticamente a los humanos, bajo el supuesto de que la falta de éxito o felicidad se deben a factores biológicos inferiores.

En el ámbito agrícola, las empresas de biotecnología han presionado para la protección de patentes de organismos genéticamente modificados (OGM) y una vez que las leyes entran en vigor, obligan a los agricultores a comprar nuevas semillas patentadas para cada temporada de siembra. También han introducido el temor con demandas judiciales costosas contra los agricultores que plantaron semillas convencionales pero que fueron convertidas inadvertidamente en OGMs por la polinización proveniente de campos vecinos. Las empresas también han tratado de intimidar a los científicos cuyo trabajo ha puesto en duda la seguridad de los alimentos transgénicos o de los herbicidas utilizados en conjunto con algunos de ellos. Algunos científicos han sido despedidos de su trabajo o su financiamiento ha sido terminado bajo presión de las corporaciones, mientras que otros han experimentado que sus artículos ya publicados sean declarados como no publicados. El gobierno de Estados Unidos, en búsqueda de la hegemonía mundial para los cultivos de sus clientes corporativos, ha negociado tratados que obligan a aceptar los alimentos OGM y ha participado en maniobras diplomáticas para poner presión de manera disimulada, obligando a los países que han rechazado tales productos como México y Francia, a revertir sus posiciones.

En el campo de la biología humana, la eficacia de la técnica CRISPR / Cas9 ha acentuado las exigencias de los científicos, los inversionistas de riesgo e incluso bioéticistas, para diseñar embriones humanos con el fin de evitar enfermedades y de una manera más ambiciosa, para mejorar la inteligencia, la belleza u otros predictores de éxito económico y social. Esto último parece que aún no se ha hecho, pero su ocurrencia no puede estar demasiado lejos. La transferencia de los genes nucleares (el conjunto principal de genes en una célula) del ovulo de una mujer al ovulo de otra ha sido engañosamente vendido al público como «reemplazo mitocondrial» cuando en realidad lo que reemplaza es el núcleo (como si al moverse a una nueva casa uno dijera que solo adquirió ventanas nuevas ignorando el resto). Esta técnica se está implementando en todo el mundo, más recientemente en México, por un médico estadounidense que no pudo obtener permiso para llevar a cabo esta técnica en su propio país. Lo que rara vez se reconoce en las discusiones sobre políticas en torno a la ingeniería embrionaria, es que si bien se hace con la intención de realizar mejoras, en un porcentaje significativo de casos se producirán errores experimentales probablemente deletéreos. ¿Cuál será el destino de los niños a cuyos padres se les prometió «más», pero terminaron obteniendo “menos” por estos errores?

En resumen, la ciencia genética y la ideología genética llegaron juntas a los países del Norte cuyas clases dominantes habían sufrido recientemente la pérdida de sus sistemas esclavistas y se enfrentaban al aumento de los movimientos de trabajadores y de reivindicación de los derechos de las mujeres. A pesar de que pasarían décadas antes de que la genética sustentara a los medios de producción, como desde su comienzo la ideología génica mantendría viva la infección del racismo (aunque en términos más educados y livianos que en el período anterior), y continuaba generando nuevos fundamentos para el papel subordinado de la mujer. Hacia mediados del siglo XX, las naciones capitalistas se enfrentaban entre ellas, en parte por la decisión de algunas de ellas de tomar demasiado en serio las implicaciones exterminadoras de la ideología genética creada en otros países. Posteriormente, cuando la ciencia genética se posicionó para contribuir a la mejora de los cultivos, esto tuvo como resultado la aceleración de la destrucción de las formaciones sociales que dieron origen a la agricultura en primer lugar, y con ellas a la desaparición de la cornucopia de variedades vegetales que se habían desarrollado durante milenios.

En el siglo XXI estamos asistiendo a la sustitución del concepto de genes (siempre una idea científica inestable) por nociones más sofisticadas de la herencia, en la que muchos tipos de causas internas y externas y factores (incluyendo el ADN, pero también procesos químicos y físicos) actúan en concierto y también de una manera antagónica, el uno con el otro. Sin embargo, la vieja ideología genética sigue viviendo, en forma de llamados cada vez más estridentes para la ingeniería genética de nuestros alimentos y de nosotros mismos los humanos. Los ciudadanos conscientes de todo el mundo, más prominentemente en México, se resisten a estos ataques a sus formas de vida, al pedir que se sigan prohibiendo legalmente los cultivos transgénicos y los experimentos para generar también seres humanos transgénicos. Solo recuperando el control social sobre la ciencia y controlando cómo ella se utiliza, podemos asegurar que nuestra herencia intelectual colectiva potencie, más que divida a la humanidad.

Traducido por Felipe Cabello
21 diciembre, 2016

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