Dra. Tatiana Fiordelisio. «Las Ciencias ¿una balsa para la tormenta?»

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Las Ciencias, ¿una balsa para la tormenta?

Cuando empecé a pensar en este texto y en mi posible participación en este ConCiencia
además de que no pude dormir varios meses, me surgieron más dudas que respuestas. Sí,
como siempre pasa en la ciencia. Pero había empezado mal porque no tenía ningún posible
experimento que me ayudara a responder mis dudas, como lo haría un científico fáctico y
más bien tendría que abstraer mis pensamientos en un sistema lógico y tratar de resolverlas
a partir de la reflexión, como un científico formal.

Debo decir que este camino no me llevó lejos. No me ayudó mucho meterme en una cajita
con nombre y apellidos y menos cuando, dado mi carácter de bióloga, me enteré de que en
este ir y venir de definiciones sobre ciencia ni siquiera soy considerada científica porque no
tengo la capacidad teórica de predecir y aunque me peino, lo parece. O sea que ni siquiera
debería de estar hablando aquí hoy. Pero ¡a ver que levante la mano el que crea que la vida
es algo predecible! Aunque por otro lado estuve a punto de utilizarlo como argumento para
huir. Dolido mi orgullo me puse a pensar: ¿Por qué sí soy científica?, ¿por qué sí tenemos
algo que aportar para cambiar al mundo para bien?, ¿por qué los zapatistas nos plantean
esto?, ¿por qué ellos creen más en la ciencia que nosotros mismos?

Después de una revisión en mi pequeñísimo «palacio mental«, imposible que sea como el de
Holmes, todas las evidencias que se me venían a la mente apuntaban a que los científicos
somos culpables de la generación de las peores herramientas de exterminio y opresión.
Veamos: la curiosidad de Sir Marcus Laurence Elwin Oliphant por averiguar si el núcleo del
hidrógeno podía reaccionar ante otro núcleo de hidrógeno facilitó el camino para la
creación de la Bomba de Hidrógeno. Esta bomba es un arma de destrucción masiva capaz de
producir daños gigantescos. El agente naranja, químico desarrollado por Arthur Galston
para aumentar la tasa de crecimiento de los granos de soja (permite plantar soja hasta en
temporadas cortas) se utilizó para tirarlo desde los reactores de la fuerza aérea de los EU
contra la población civil, lo cual causó la muerte y deformación de más de 400 mil
vietnamitas durante la guerra de Vietnam. Por otro lado, un elemento que ha marcado todo
el proceso productivo en el capitalismo, desde la primera revolución industrial, ha sido la
preeminencia en la utilización de energías fósiles (carbón, petróleo y gas natural). Esto aceleró sin duda tanto el avance de la ciencia, como el crecimiento productivo. Pero al
mismo tiempo provocó un desastre para el medio ambiente: su combustión genera la
emisión de gases como el dióxido y el monóxido de carbono que contribuyen a producir y
potenciar el efecto invernadero, la lluvia ácida, la contaminación del aire, del suelo y del
agua.

Y la verdad es que no lograba poner orden ni a las dudas, ni a las posibles respuestas hasta
que, a la usanza zapatista que es, sobre todo, científica, reflexioné colectivamente.

La Ciencia en la historia y viceversa

Desde su lento caminar allá en los tiempos conocidos como la prehistoria, el ser humano ha
evolucionado hasta llegar a ser lo que es hoy día debido a una diferencia fundamental con
los otros seres vivos: su capacidad de transformar en su beneficio y de manera consciente y
voluntaria a la naturaleza. Esto lo ha hecho mediante el trabajo y el uso de herramientas
generadas como producto del aprendizaje cotidiano. Una gran parte de este aprendizaje es
producto de la experiencia y se trata de un conocimiento práctico, pero el mismo tiende a
transformarse en conocimiento científico, por ejemplo por qué sembrar en ciertos
momentos y en otros no. Podemos entonces pensar que el conocimiento científico que
tiene una sociedad en un momento histórico determinado depende del propio desarrollo
social, van a la par pues. Desde las primeras lajas frotadas o golpeadas entre sí para producir
una chispa y encender un fuego, o afilar y crear una punta de lanza para herir de una
manera más eficiente a otro animal, hasta la revolución digital y el uso de computadoras
para transformar completamente todo nuestro entorno, la historia de la humanidad es
también la historia de la invención y el uso de herramientas para transformar la naturaleza.
Esta capacidad de transformar el medio que nos rodea, a través de su conocimiento y del
trabajo, ésta búsqueda de herramientas físicas y mentales para comprender el mundo y
realizar el trabajo que lo transforma es lo que ha marcado nuestra existencia en el planeta.

Los humanos nos separamos de nuestro ancestro común con los simios hace
aproximadamente 6 millones de años, aunque algunos estudios dicen que fue hace 13;
usando la escala de tiempo del hombre común fue hace mucho. Desde nuestros orígenes nos caracterizamos por formar grupos sociales. Se cree que el bipedismo se desarrolló hace
4.4 – 3.5 millones de años y hay varias hipótesis, que no teorías, que intentan entender este
proceso. En ese momento las sociedades eran recolectoras, comían carne de animales
muertos, vivían en cuevas. El fósil más antiguo de nuestro género tiene aproximadamente
de 3.3 a 2.8 millones de años y es en este período de la prehistoria en el que se observan los
primeros inventos del hombre como el tallado de la piedra y la creación de lanzas, lo cual a
su vez desarrolló las técnicas de caza.

Fue hasta la aparición del Homo sapiens, que se desarrolló el lenguaje, las artes, la alfarería,
el control del agua. Esto posibilitó que hace más o menos 12,000 a 9,000 años (la
revolución neolítica) se desarrollaran la agricultura y la domesticación de animales. Esto
implicó que por años la humanidad llevara a cabo una selección de organismos para la
potenciación de ciertas características. Así muchos pueblos nómadas se volvieron
sedentarios; ya no sólo se trataba de conseguir una buena cueva donde no mojarse, sino
que se pasarían temporadas más largas en las tierras que son buenas para cultivar tal o cual
grano. Ya no sólo hacía falta un lugar para vivir resguardado del frío, la lluvia o el sol,
también faltaba un lugar para almacenar lo que se había cosechado. Las sociedades
empezaron a organizarse con base en un territorio. Junto con la agricultura nace la
astronomía y sus aplicaciones prácticas, es decir, un conocimiento científico del universo:
temporadas del año, climas, ciclos lunares. El desarrollo de estas sociedades lleva a la
especialización de los oficios y a la aparición de jerarquías.

Después vienen el esclavismo y el feudalismo. En éste último, las tierras son todas
propiedad del señor feudal y los vasallos la trabajan a cambio de alimentos, habitación y
supuesta seguridad contra enemigos externos. Decrecen los centros de población,
desaparece prácticamente el comercio más allá del ámbito puramente local, las ciencias y
las artes también se estancan: el feudo produce prácticamente todo lo que necesita para su
sobrevivencia. Pero esto no iba a seguir así eternamente… el mundo se encaminaba a su
primera gran globalización. Las transformaciones productivas y el conocimiento científico
(que casi siempre caminan a la par) de la época permitieron el desarrollo de la navegación,
la construcción de puertos y muelles, caminos y bodegas. Al establecerse de nuevo el
contacto entre diferentes poblaciones y culturas se empiezan a crear escuelas y universidades para traducir y estudiar la filosofía, la aritmética, la geometría, la historia, la
medicina, etc. Poco a poco y de manera desigual por regiones, un nuevo modo de
producción se va gestando: el capitalismo.

Con este sistema social la principal fuente de riqueza no residirá ya en el control de un
territorio y sus riquezas naturales y humanas. Ahora la explotación del hombre por el
hombre adquiere características nunca antes vistas. La inmensa mayoría de las personas es
despojada de todos sus medios de producción. Les queda sólo su fuerza de trabajo como la
única mercancía que pueden vender. El capitalista es dueño no sólo de las materias primas y
las herramientas que se utilizan para transformarlas en mercancías; el capitalista es dueño
de la fuerza de trabajo del ser humano, una mercancía más para él, su vida misma para el
trabajador.

Medido en estas escalas de tiempo histórico, de los primeros homínidos a la actualidad el
salto es exponencial en cuanto al desarrollo tecnológico, a la transformación del medio
ambiente y a la complejidad de las relaciones sociales que se dan entre los seres humanos.
El desarrollo de cada una de las fases históricas de la humanidad no hubiese sido posible sin
el desarrollo de los conocimientos científicos y tecnológicos adecuados que le eran
necesarios para cambiar. Y es precisamente por estas relaciones sociales (que no se pueden
separar de la evolución y transformación de las herramientas utilizadas por el hombre para
transformar su realidad natural y social) que la ciencia y los científicos tampoco nos
podemos separar del prestigio o desprestigio que nuestra actividad, consciente o
inconscientemente, lleva consigo en el desarrollo histórico de las sociedades.

La imposibilidad de separar el desarrollo científico aplicado a la tecnología del desarrollo
desigual de las relaciones sociales entre seres humanos y pueblos a lo largo y ancho del
planeta puede percibirse claramente al pensar en los siguientes ejemplos. Los que siguen
son algunos de los elementos claves de cambio en los últimos siglos (del nacimiento del
capitalismo a la fecha): el desarrollo de la navegación, la construcción de barcos cada vez
más adaptados para los viajes interoceánicos, la brújula, los avances en la metalurgia, el
desarrollo de la imprenta, la invención de las máquina de vapor, la invención de la
electricidad, la informática y robotización, la generación de organismos genéticamente modificados. Todos éstos son inventos y aplicaciones tecnológicas que sirvieron para volver
cercano cada rincón del planeta y para el control del humano sobre la naturaleza; sirvieron
también para imponer el dominio de unos cuantos sobre la mayoría. En este sentido parece
haber al menos algo de verdad en la afirmación del filósofo Benjamin de que toda obra de
civilización es a su vez una obra de barbarie.

Una científica del siglo XIX, Karla Marx, como bien dice la insurgenta Erika, tenía la
capacidad de predecir sin utilizar una bolita mágica. Ella decía: “El hombre moderno, es un
animal en cuya política está puesta en entredicho su vida de ser viviente”. «El objeto del
trabajo es por eso la objetivación de la vida genérica del hombre, pues éste se desdobla no
sólo intelectualmente, como en la conciencia, sino activa y realmente, y se contempla a sí
mismo en un mundo creado por él», «En esencia, el estado moderno es la negación del
hombre«. Hoy, a dos siglos de emitida, esta aseveración es más válida que nunca.

¿Y esto qué quiere decir o qué tiene que ver con la ciencia? Por un lado, el control y
desarrollo de los medios de producción es, como en otras épocas de la evolución del
hombre, producto de los conocimientos científicos. Claro que a estas alturas estos
conocimientos y sus aplicaciones ya no nos parecen tan simpáticos como hacer una lanza, o
un azadón, o domesticar al caballo o la gallina. Pero por otro lado, empecé el texto diciendo
que lo que nos diferencia de los animales es nuestra capacidad consciente y voluntaria de
conocer y transformar el mundo que nos rodea, ¿y qué pasa si nos la quitan? ¿Y si el único
sentido de nuestra existencia en esta sociedad proviniese de la producción masiva de algo
que no sabemos ni para qué sirve? ¿Dejaríamos de ser humanos? ¿Qué seríamos entonces?
¿Dejaría de ser válida esta aseveración evolutiva sobre nuestra capacidad consciente y
voluntaria de conocer y transformar el mundo que nos rodea? ¿Qué sucede con la ciencia y
el conocimiento científico cuando el Estado se vuelve un simple brazo verdugo del gran
capital que condena a la miseria a la mayoría de la humanidad? ¿Qué pasa cuando ya no le
importa siquiera garantizar la supervivencia diaria de la mano de obra para que ésta sea
aprovechada por el patrón y en la barbarie de la época actual lleva a la humanidad a la
extinción como tal?

Esta reflexión sólo nos lleva al camino de concluir que a lo largo de la historia de la
humanidad distintas encarnaciones del Poder (el chamán, los sacerdotes, el rey, el señor
feudal, el monarca absoluto, el gran capital, etc.) han utilizado los conocimientos científicos
y tecnológicos para chingar más y mejor. Es decir, que la ciencia ha sido utilizada como una
herramienta de control, dominio y explotación por parte de los sistemas políticos y de
gobierno y que por ende el conocimiento científico es empleado por el Poder para oprimir al
pueblo. Por tanto, vista de esta manera, la ciencia no es objetiva, no es neutral, no es
aséptica, etc.

Debo decir que este pensamiento –para los que hacemos ciencia y creemos que hay que
cambiar al mundo y creemos en el zapatismo–, sólo nos hace sentir mal, muy mal, como
chinche aplastada por el peso de la culpabilidad. Sin embargo, en el marco del Seminario
Pensamiento crítico frente a la hidra capitalista, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional,
en un texto titulado Etcétera, planteó una serie de reflexiones políticas y sociales, entre las
cuales destacó el papel de la ciencia. Ahí el Sup Galeano formuló una serie de preguntas
generales sobre el quehacer científico, su objetivo, su neutralidad, su universalidad, entre
otras. Lo que me pregunto es, si todo lo que dije antes es lo único que puede decirse de la
ciencia (o si eso es lo que es la ciencia) entonces ¿por qué los zapatistas piensan que es una
balsa? Algo no estamos viendo.

Tendríamos que reflexionar más a fondo sobre qué es la ciencia, cómo construye
conocimiento y no sólo para qué o para quién. Éstos finalmente son actores que pueden
cambiar. En efecto, el conocimiento científico ha sido utilizado para chingar, más y mejor,
pero eso no significa que la ciencia sea (esencial o intrínsecamente) una herramienta para
para chingar, sino que ha sido usada así porque se ha desarrollado en un mundo en el cual
una minoría oprime a la mayoría (en un sistema de relaciones sociales que promueven eso
incluso en el terreno de la producción y el desarrollo de la ciencia); entonces, no es que esa
conclusión no sea correcta, pero tampoco es una consecuencia del quehacer científico
mismo. El hecho de que exista una correlación entre dos sucesos no quiere decir que
necesariamente exista entre ellos una relación de causalidad. Quizás lo incorrecto es pensar
que esa es una consecuencia o un efecto del quehacer científico mismo; esto es, de lo que
es la ciencia o el conocimiento científico.

Con esto en mente y cavilando respecto de qué puede rescatarse de la ciencia, qué hay en
ella que hace que los zapatistas tengan esperanza, después de darle muchas vueltas y, ya
dije, dormir poco, llegué a dos ideas que quiero desarrollar a continuación. La primera de
ellas tiene que ver con lo que es la ciencia y la forma en que genera conocimiento; la
segunda se relaciona con el modo en que el científico puede actuar para el bien común al
adquirir y desarrollar este conocimiento.

La Ciencia

Decía antes que me parecía que lo que hacía que la ciencia fuera una balsa son sus
características y la forma en que genera el conocimiento. Estoy consciente de que hay una
discusión sobre algunos de los elementos que expondré y que son ideas que se han
discutido por muchos autores a lo largo de la historia. Sin embargo, voy a apelar a su criterio
amplio y sensible. En lo que sigue me voy a referir a lo que, fuera de términos, conceptos,
discusiones, creemos que hacemos todos los días, a lo que nos llevó a estudiar y hacer
ciencia.

La ciencia es, para mi, una forma de generar un conocimiento sobre la realidad, algo que
está ahí independientemente de nosotros y de lo que comprendamos o no de ella. Es
además una forma de pensar, de organizar nuestras ideas, lo que vemos, lo que conocemos
y lo que no sabemos y nos preguntamos, una forma de preguntarnos y respondernos y más
aún, una forma de confiar en lo que hicieron y hacen otros científicos.

Los científicos ponemos todo nuestro empeño en tratar de comprender la realidad como es.
Sí, ya sé que quizás no todos, ni en todos los casos. Pero concedámonos el beneficio de la
duda y digamos que la mayoría buscamos eso, o al menos los que estamos aquí y otros
muchos que no pudieron venir.

¿Cómo lo hacemos? ¿Qué hace al conocimiento científico, científico? ¿Qué elementos de su
construcción hacen que la sociedad crea en él? Porqué hasta en los anuncios de pasta de
dientes dicen que está «científicamente probado». ¿Cómo construimos históricamente esa
visión, esa confianza?

La ciencia:
Fría y aséptica “ decía Holmes en la cita del S Galeano, y después agrega, Holmes se refería
a la universalidad de una ciencia, a su falta de consideración, respeto o clemencia. No sé si
con esta definición me siento más como bruja de cuento pero lo cierto es que la ciencia es o
debería ser:
– Racional, está constituida por conceptos, juicios y pensamientos ordenados y coherentes,
que concuerdan con su objeto.
– Sistemática y objetiva, las ideas que formula están conectadas entre sí, aunque no sea la
misma persona la que las generó, un conjunto de ideas conectadas con cierto grado de
generalidad, forman una teoría.
– Metódica, planea sus movimientos y se fundamenta en el conocimiento anterior.
– Verificable, debe comprobarse que la idea es verdadera y mostrarse cómo llegamos a ella.
– Falible, puede ser total o parcialmente refutada, siempre puede surgir una nueva
explicación, una nueva información y por eso puede seguir modificándose en la búsqueda
de la verdad.
– Predictiva, trasciende los hechos imaginando cómo pudo ser el pasado o el futuro, pero se
diferencia de la profecía en que se basa en leyes e información específicas. Se caracteriza
por su perfectibilidad antes que por su certeza. Si falla, nos obliga a corregir nuestras
suposiciones y por ello aporta al conocimiento.

Por último, como dijeron Einstein e Infeld, “Plantear nuevas preguntas, nuevas
posibilidades, ver los viejos problemas desde un nuevo ángulo, requiere una imaginación
creativa y marca un avance real en la ciencia”.

Así, el científico, se rige (o debería hacerlo) por una obligación: demostrar (con hechos o
evidencia de algún tipo) aquello que supone. Si bien la ciencia puede partir de algunas
suposiciones respecto de la ocurrencia de regularidades, de la naturaleza de algunos
fenómenos o del acaecer de ciertos sucesos ella no logra desarrollarse (como ciencia) si no
busca todas las herramientas para probar la verdad (o al menos la verosimilitud) de dichas
suposiciones. En este sentido, sus afirmaciones son fácticas; hablan de los hechos, de lo que
ocurre en el mundo.

Esta característica de la ciencia y esta obligación del científico tiene un doble filo: por un
lado debería convertirlo en un individuo loable comprometido con la búsqueda de la
verdad; pero también lo pone al descubierto y, por tanto, lo deja a merced del voluntarioso
capricho del poder. Veamos cómo o por qué digo esto.

Esa búsqueda de la verdad que guía (o debería guiar) al científico en su quehacer le provee
de una forma de aproximación a la realidad que depende, en gran medida, de sus
conocimientos previos, de las herramientas y la tecnología que tiene a su disposición (y que
no están disponibles para la mayoría de las personas) y que le hace posible desvestir a la
realidad de ideología. Esto le otorga cierto estatus en la sociedad y le ofrece la maravillosa
posibilidad de comprender para transformar. Sin embargo, eso mismo lo hace una presa
deseable y perfecta para el poder. El poder usa a su potencial presa y, sobre todo, usa los
conocimientos producidos por ella para revestir a la realidad de ideología y, con ella, ejercer
su dominio. El científico es a veces botín, sirve a la reideologización y, sin percatarse, cuando
lo hace es presa de sí mismo y del aparato al que asiste. Por ejemplo, cuando el científico se
concentra de manera exclusiva y a ciegas en partes minúsculas del todo que es la realidad,
sin mirar precisamente que hay un todo (es decir, que hay una realidad), él parece perder la
posibilidad de ubicar su quehacer y su conocimiento en una empresa colectiva de
transformación para el bien de todos. Esto lo divorcia de su compromiso inicial, lo exhibe y
le oculta la realidad hasta el punto en que algunos ya sólo pueden ver con los lentes de las
empresas o de los intereses a los que sirven.

Hay que notar y subrayar, sin embargo, que lo propio de la ciencia es el compromiso con la
verdad, no el modo como ella y el conocimiento que produce se disfraza y usa. Así,
podemos pensar que si el entorno en que se produce este conocimiento es tal que
promueva la creación conjunta (no sólo con otros científicos sino con la sociedad toda) del
mismo, si promueve la comprensión generalizada de las verdades que desvela, si está
plantado en las prácticas de las todas que somos, entonces, la ciencia y los científicos
estarían blindados de su tergiversación, dejarían de ser presa fácil.

Si volvemos a la historia, esa que antes esbocé, nos daremos cuenta de que el conocimiento
científico ha ido avanzando de manera colectiva y acumulada. Me parece importante resaltar esto porque es para mi lo que le da fuerza y lo que es una usanza zapatista.
Ciertamente hay momentos y personas que logran conectar ese acumulado de
conocimientos e ir más allá, cambiar los paradigmas, pero nada de lo que hoy sabemos o no
sabemos sería posible si no conociéramos colectivamente.

El aprendizaje colectivo acumulativo es un caminar continuo y de alguna manera
ascendente, lo cual no quiere decir que siempre avance sin volver atrás; quiere decir que
podemos ir y venir sobre temas andados y muchas veces dados por cerrados, que
aprendemos tanto de aciertos como de errores y que ver o reconocer los errores permite un
nuevo avance. Así, si lo vemos en el tiempo, el conocimiento generado avanza hacia una
mejor comprensión de la realidad, representa una nueva fase a la espera de nuevas
investigaciones partiendo constantemente, pero no puede avanzar más allá de lo que
permiten las condiciones históricas de su momento. Por ejemplo, si entráramos hoy día a un
salón de la Facultad de Ciencias donde se estén explicando las leyes del movimiento,
pensaríamos que son simples, claras, fáciles. Pero el descubrimiento de esas leyes no lo fue,
exigió un esfuerzo enorme: no sólo había que descubrir las leyes, también había que crear el
marco teórico y, en muchos casos, las herramientas para demostrarlas y así hacer posible
ese descubrimiento.

O por ejemplo, Aristóteles decía hace dos mil años que si 2 pesos diferentes de la misma
materia caían de la misma altura, el más pesado llegaría a la tierra antes que el más ligero y
esto en proporción a sus pesos ¿suena lógico no? Yo también me iría con la finta. Pero no,
en realidad ambos podrían caer al mismo tiempo y no fue hasta que Galileo dijo que faltaba
un pequeño detalle, la desproporción de la resistencia del aire, que esto se aceptó. ¿Por qué
se tardó tanto en cambiar esta concepción, por qué nadie dudó ni hizo el experimento? ¿Por
qué llegó Galileo a decir que no y para justificarlo se inventó el experimento de la torre de
Pisa?, Galileo «hizo» un experimento, confirmó lo que pensaba, construyó lo que algunos
historiadores llaman el primer instrumento científico, porque tenía una teoría aplicada. ¿Por
qué el Universo abierto e infinito de Giordano Bruno nos cuesta trabajo de concebir aún
ahora? Los cambios de paradigma, o revoluciones científicas requieren no sólo ideas
geniales y mentes brillantes, requieren que el conocimiento acumulado científica y ocialmente sea tal que posibilite el cambio. Y también, como sucede frente a todo cambio
profundo, requiere de un combate contra el pensamiento conservador y metafísico.

El marco conceptual establecido tiende a generar confianza en que el enfoque adoptado
garantiza que existe una solución. Todo aquello que nos hace ver que no podemos explicar
con un paradigma cierto fenómeno o fenómenos observados, se denomina “anomalía” y, a
pesar del número o gravedad de anomalías que se acumulan, no perdemos la fe en un
paradigma mientras no exista una alternativa lógica que dé una explicación más completa y
cercana a lo que observamos. Esto no quiere decir como bien plantea el Sub Galenao en
etcétera, “que a diferentes realidades, diferentes teorías”, “esta diversidad no implica que
haya diversidad de explicaciones”. Perder la fe en que todo problema tiene solución sería
como dejar de ser científico.

Así, las revoluciones científicas no son descubrimientos de nuevos hechos aislados, ni son
perfeccionamientos en la exactitud de las observaciones, sino que consisten en la
sustitución de principios por nuevos axiomas, y en el reemplazo de teorías enteras por
nuevas, reescribiendo un marco teórico. Como dice el Sub Galeano en etcétera “Parece
como si un desafío, tan pronto como se cumple, llevara a otro. Parece como si las diferentes
explicaciones fueran la plataforma de despegue de nuevas explicaciones”. Estos cambios
que asumen nuevas concepciones nos han permitido como sociedad continuar desde otro
punto de partida que incluye el aprendizaje de algunos de nuestros errores y aciertos del
pasado; esto no es más arriba ni mejor, es diferente y con más elementos para la
comprensión. Hay momentos en esta acumulación de aprendizaje en los que se producen
saltos importantes. Por ejemplo, el descubrimiento de la gravedad representó un salto
impresionante en el conocimiento científico, algunos se atreven a fechar ahí el origen de la
ciencia, pero la relatividad es otro salto, quizá aún más grande, en donde incluso apenas
ahora se están encontrando elementos que nos permiten entender mejor la realidad. Y esto
no sólo sucede en las ciencias llamadas duras, ni puede aplicarse sólo a las revoluciones
científicas sino también a las sociales. Parafraseando a Lenin: «La revolución no es una línea
recta y despejada como la avenida Nevsky, sino un proceso de aproximaciones sucesivas, con
un momento de ruptura en donde se da un tremendo salto adelante».

O como dicen ahora y más cerca de nosotros las comunidades indígenas zapatistas desde la
autonomía y el nuevo mundo que día a día construyen. ¿No es ciencia pura su resistencia
creadora? Su práctica es metódica, verificable, predictiva, racional, sistemática y falible. Su
práctica, además de colectiva, va ligada a su propio desarrollo social y política en sus formas
de relacionarse entre ellos y con el mundo, y va ligada también a su teorización del mundo
en el que vivimos, para entenderlo y transformarlo.

Como dije antes, el otro punto destacable de la ciencia es cómo construimos el
conocimiento. Sé que podríamos discutir horas si es que hay un método o muchos métodos,
si hay o no hay. Pero voy a ayudarme de Elías Contreras y el Viejo Antonio y voy a decir que
si lo pensamos bien, sí tenemos una forma de «huellear al animal»: «Porque el rastreo no se
hace desde cero, sino que hay una serie de elementos o marcos referenciales que les
permiten identificar las huellas y «reconstruir» su procedencia. Cuando analizan una huella,
ni Holmes ni Contreras inventan el método de investigación lógica, simplemente lo ponen a
actuar».

En la ciencia (como en el zapatismo), la teoría debe estar vinculada a los hechos. El método
científico, que es el mismo de Elías Contreras y el Viejo Antonio, no provee recetas infalibles
para encontrar la verdad, sólo contiene un conjunto de prescripciones falibles, perfectibles,
para el planteamiento de observaciones y experimentos, para la interpretación de los
resultados y para el planteamiento del problema. El objetivo de este método es fijar las
condiciones que la teoría debe cumplir para ser aceptada y decidir si es válida o no.

Es un conjunto de procedimientos por los cuales se plantean los problemas y se ponen a
prueba las hipótesis. Es una forma de interrogar metódicamente a la naturaleza. Esto
presupone un lenguaje para hacer las preguntas y un diccionario para interpretar las
respuestas. Dice Bunge, «no hay caminos reales, no hay avenidas rectas, el método científico
es una brújula, que evita perdernos en el caos aparente de los fenómenos, aunque solo sea
porque nos indica cómo plantear los problemas y cómo no sucumbir al embrujo de nuestros
prejuicios predilectos.»

La investigación es una empresa multilateral que requiere el más intenso ejercicio de cada
una de las facultades y que exige un concurso de circunstancias sociales favorables. El
método científico permite construir un piso común desde el cual todos los científicos,
independientemente de sus diferencias culturales pueden conocer, entender, reflexionar,
complementar y corregir las ideas de los demás. Así, ésta forma de pensar es al mismo
tiempo un elemento de comunicación entre las personas y una guía colectiva de cómo
aproximarnos a entender la realidad.

La ciencia es transformadora porque nos permite comprender nuestro entorno y nos
capacita para transformarlo. Pero muchas veces cómo se use su resultado puede ser algo
ajeno a uno mismo y se le pueden dar muchas aplicaciones distintas. Es valiosa por ser una
herramienta para transformar el mundo, pero es valiosa en sí misma porque es clave para la
inteligencia de este colectivo humano, su enriquecimiento, disciplina y liberación. “La
ciencia es la más deslumbrante de todas las estrellas de la cultura, porque es un bien en sí
mismo porque produce nuevas ideas (aunque no sólo ella produce nuevas ideas) Se aplica al
mejoramiento de nuestro medio natural y artificial, la ciencia se convierte en tecnología.”

Decía Kepler «las vías por las que los seres humanos llegan a comprender las cosas celestes
me parecen tan admirables como las propias cosas»

En resumen, la forma en que se construye el pensamiento científico y se desarrolla la ciencia
lleva en sí misma la posibilidad de ser una práctica y un pensamiento para colaborar hacia el
bien común, no sólo para ser absorbida y utilizada por el Poder para oprimir a la humanidad.
El pensamiento y la práctica zapatista lo demuestran día con día. Hay que aspirar a ser más
científicos, zapatistas pues.

Construcción de las Balsas que podríamos ser

«Se denomina balsa a una embarcación pequeña, de forma predominantemente plana,
hecha por lo común con cañas, maderos o tablas fuertemente unidas unas con otras.»

A lo largo de la historia, en las épocas de tormenta, el Poder fomenta el pensamiento
mágico y la gente se aferra a él porque en el momento de caos necesita tener fe. Abandona y hace que abandonemos el pensamiento crítico, no le conviene el cuestionamiento de la
realidad. La misma ciencia trabaja de manera rutinaria sin cuestionar lo que hace o se
expresa públicamente.

Sí, podemos juntarnos fuertemente y hacer una balsa que exprese, que exponga de manera
científica y responsable lo que vemos, lo que sabemos. Esto desde luego quiere decir que es
nuestro deber hacer bien lo que sabemos, es decir hacer ciencia, y aplicar el método
científico no sólo cuando damos una opinión en un asunto relacionado con el bien común,
sino también que utilicemos dicho método para generar certezas y posibilidades. Tenemos
que ponernos a pensar colectivamente qué es lo que sabemos para dar respuestas a los
problemas sociales que nos aquejan. Esto implica ponernos a trabajar en serio, como
cuando lo hacemos para publicar un artículo, por ejemplo. Pero no para ganar puntitos y
reconocimientos, sino a la manera zapatista: para abrir ventanas, es decir, dar opciones.

Pienso por ejemplo en un tema sumamente polémico, los transgénicos. No me voy a meter
a fondo, no es el punto, solo lo quiero utilizar de ejemplo porque se presta. Cuando alguien
oye a un CIENTÍFICO decir que los transgénicos son malos, muy malos, ya vimos que con la
investidura que tenemos, la pobre persona a lo menos, entrará en pánico, y todas sus
pesadillas y todo lo que ha oído verdadero o falso se vuelve realidad. Puede que unas cosas
sean ciertas, otras no y otras más la verdad no las sabemos, pero lo más importante es que
no le dimos a esa persona o comunidad los elementos necesarios para decidir, para
reflexionar y construir una opción. Y no se las damos ni nos la damos nosotros. En este,
como en muchos otros temas, podemos y debemos hacer una revisión estricta del marco
teórico, podemos lanzar una hipótesis que nos permita construir opciones concretas de
cambio y podríamos trazar los hilados de una balsa que ayude a que todos tengamos
asideros científicos y no mágicos a partir de los cuales construir.

Se denomina también balsa al árbol Ochroma pyramidale, perteneciente a la familia
Malvaceae; sí, la misma familia de la Ceiba del viejo Antonio. Es nativa de México, toda
Sudamérica y el Caribe, grandes plantíos se encuentran en Asia. Pero la balsa y la ceiba
también son parientes de la Adansonia cuyos miembros son árboles conocidos popularmente como baobab, sí de África, ¿curioso no? todos pueblos oprimidos, todos pueblos buscando
un futuro.

En la primera parte, en la que contamos muy rápido la historia del desarrollo humano,
vimos que los científicos tenemos una doble ligadura, encadenamiento más bien, con el
Poder. Nuestro trabajo, nuestra experiencia, nuestro saber, ha sido utilizado por una
minoría dominante, a favor de ella y no de la mayoría. Muchas veces hemos sido de hecho
parte de esa minoría. El capitalismo ha ido más allá: al igual que cualquier trabajador
asalariado, hemos sido despojados de nuestra esencia humana y científica, el conocimiento
que producimos, las herramientas que desarrollamos, producto de una historia colectiva de
avances y retrocesos como hemos visto, nos son expropiados por el capital en beneficio de
su injusto y cruel sistema. Para ser científicos plenos, seres humanos, tenemos que
volvernos dueños realmente de nuestros medios de producción, de nuestro conocimiento y
del método de hacer ciencia: colectiva, acumulativa, en servicio del bien común.

Nuestro árbol balsa puede no ser tan grande, tan frondoso y con tantos años de historia,
como la Ceiba de la Realidad, pero igual debemos intentar construir espacios cotidianos
donde la ciencia se ejerza de manera zapatista, donde enseñemos a nuestros alumnos, a
nuestros compañeros de trabajo que en el día a día de nuestro quehacer podemos y
debemos construir horizontal y colectivamente; debemos de recuperar nuestra esencia,
para poder ser una balsa.

No creo tener la habilidad de subir hasta la copa a mirar el horizonte, como lo haría el finado
SCI Marcos, pero sí creo que deberíamos intentarlo, porque desde ahí, desde ese árbol
balsa, podríamos ser vigías de una realidad que nos disfrazan, que nos venden a su modo,
que le ponen investidura también científica; podríamos entonces ser vigías y dar la alarma.
Pero no sólo, deberíamos además construir un balserío que nos permita descubrir la
realidad, comprenderla y transformarla para el bien de la sociedad, como de por sí se
supone que deberíamos hacer los científicos.

Nuestro árbol balsa está y estará cada vez más amenazado, como en el libro de Saint-
Exupéry, en donde El Principito trata a estos árboles como mala hierba, puesto que los arranca del suelo del asteroide en el que vive, antes de que crezcan y lo destruyan.
Mmmhmhmh bueno ok, quizás los perdí y mi recurso literario no funcionó como pensaba,
faltaría aclarar entonces que en mi ejemplo, el Principito no sería tan bueno y lindo como lo
recordamos y sería más bien el Poder, y el asteroide no sería tan pequeño y destruible, sino
más bien grande y bueno… sí destruible, como el neoliberalismo. Podríamos entonces
parafrasear. El poder trata a estos árboles como mala hierba, puesto que los arranca del
suelo neoliberal en el que viven antes de que crezcan y lo destruyan.

La tormenta también está en nuestra cancha, lo sabemos y lo discutimos todos los días.
Cada vez hay menos inversión para la investigación científica, los financiamientos son
escasos y dirigidos en su mayoría a «avances tecnológicos», estamos inmersos en un sistema
de puntitos de productividad que nos come, nuestro trabajo vale según el rating de la
revista donde publicas, según el número de citas de tipo A y B que tengas, del percentil en
que se encuentren tus artículos. La ciencia se parcializa, se especializa, se fragmenta. Cada
vez requerimos más títulos para pensar. Esto es como la línea de ensamblaje de las
maquilas, (no sólo mucho trabajo, sino una parcelación enorme del mismo, nos toca la
producción de una parte de un todo, y al igual que en las maquilas al momento del
ensamble final de ese todo no tenemos ni voz ni voto). Y cada vez estamos más adentro de
nuestros pequeños cajones y ficheros, bien etiquetaditos, bien individualizados. De hecho
hemos pasado de la proletarización del trabajo científico a su precarización.

Según dice la leyenda, los baobabs eran unos árboles tan presumidos, pero tan presumidos,
que un dios les dio la vuelta. Por ello se dice que ahora las ramas del árbol están enterradas
y las raíces crecen hacia arriba.

No nos puede pasar eso, tenemos que ver cuál ha sido el papel de la ciencia a lo largo de la
historia, comprender que la parcialización nos aleja de la posibilidad de que la ciencia sea
comprendida por todos y, en ese sentido, hace más difícil construir la balsa. Tenemos que
entender que podemos compartir lo que sabemos y lo que no sabemos a cualquier nivel.

El fruto de estos árboles Malvaceos, es una cápsula irregularmente angulada con crestas y
surcos, las valvas son coriáceas con semillas pequeñas, numerosas y envueltas en kapok. El kapok es como un algodón que envuelve las semillas, la fibra del kapok es liviana, no
permeable, resistente al agua pero muy inflamable y, como si todo viniera en combo, esta
fibra se utilizaba para hacer salvavidas.

Otra balsa es la balsa lipídica de la célula, estas balsas son microdominios especializados de
la membrana plasmática, se componen de asociaciones estables entre los esfingolípidos,
glicolipidos y colesterol. Estas zonas tienen una gran cantidad de proteínas especializadas de
señalización, reconocimiento y vinculación de célula con su medio, con el resto del
organismo. Gracias a estas balsas, la célula recibe información y la traduce en algo que
intracelularmente tiene un efecto.

Nuestra balsa también puede ser eso, podemos recibir y dar información, podemos traducir
e integrar, podemos generar redes nacionales e internacionales que nos permitan encontrar
y transmitir información. Podemos comprender, traducir y transmitir a muchos niveles la
realidad de lo que día a día nos dicen.

Finalmente, Balsa es un género de polillas perteneciente a la familia Noctuidae. Es originario
del Hemisferio Norte, México. Son una familia de robustas mariposas nocturnas.
Generalmente hay pocas diferencias entre sexos.

No seremos murciélagos, como los zapatistas esa digna madrugada del amanecer del 94,
nos falta mucho para eso, pero podemos igual ser nocturnos, transitar de la noche a un
nuevo amanecer.

Bibliografía

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Carlos Marx: Los manuscritos económico-filosóficos Ediciones Colihue
Carlos Marx: La Sagrada Familia. ed. Siglo XXI
Foucault, Nacimiento de la Biopolítica, curso en el Collège de France (1978-1979). Fondo de
Cultura Económica
Koyré, Estudios de historia del pensamiento científico. Siglo XXI, 2013
Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas.
M Bunge., La Ciencia. su método su filosofía.
Mithell, Dimensions of Scientific Law. Philosophy of Science, 2000
SCIM, Carta a Adolfo Gilly
SCIM, Sobre el método, no sobre UN método
Vladimir Ilich Lenin: Obras escogidas tomo 3 (si acaso vas a poner la cita). editorial Cartago
1973

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