Sesión general.
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Las ciencias y la hidra capitalista
Desde mi punto de vista, el quehacer científico y la comunidad académica son los terrenos donde la hidra capitalista ha avanzado más en los últimos años.
Estoy segura que esta opinión no es compartida por la mayoría de los trabajadores de la ciencia, pero me parece que hay innumerables muestras de ello.
Trataré de mostrar algunas de ellas.
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Creo no equivocarme al afirmar que la mayoría de los científicos cree firmemente que las ciencias se desarrollan en un ambiente neutral, ajeno a la hidra capitalista, aunque reconocen que ha habido y hay científicos que colaboran con el poder del dinero.
Por ejemplo, todos –científicos y no científicos- sabemos que las trasnacionales tipo Bayer-Monsanto usan las semillas genéticamente modificadas por nosotros para despojar a los campesinos de sus semillas nativas obligándolos a depender de las semillas que les venden.
Sabemos que con nuestros resultados se elaboran armas químicas o bacteriológicas.
Sabemos que gran parte de nuestras investigaciones son financiadas y enriquecen a las grandes farmacéuticas, a las compañías petroleras, a las empresas automotrices, etc. En una palabra, sabemos que gran parte de nuestro trabajo es usado para que el capital gane cada día más y más.
Y hay quien concluye, entonces, que hay que abandonar la investigación científica, o peor aún, que hay que renunciar a todo aquello que la ciencia ha construido.
La ciencia occidental, dicen, es la causante de los grandes males de la humanidad, por tanto desechémosla, desechemos las vacunas, desechemos los fármacos, (bueno hasta los zapatos hay que desechar, según nos cuentan los compañeros) y reencontrémonos con la madre tierra, con la pacha mama.
La ciencia no es responsable de tal aberración, pero los científicos deberíamos levantar la voz y defender los avances que durante siglos hemos desarrollado. Volver a la época de las cavernas no es solución para nada y para nadie.
En este encuentro, muchos de los científicos invitados han hablado de las difíciles condiciones en las que debemos realizar nuestro trabajo: desde la falta de presupuesto, la discriminación, la misoginia, el mandarinismo, etc., etc.
Pero poco se ha dicho de nuestra reacción –o más bien de nuestra falta de reacción- ante lo que vivimos.
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Desde hace un par de décadas, las instituciones de educación superior en México, siguiendo las indicaciones del capital financiero internacional (que es el verdadero mandón), han impulsado algo que llaman “programas de vinculación”, que por supuesto son programas de vinculación con la industria.
En La UNAM recientemente se construyó un edificio de la Facultad de Química, dedicado exclusivamente a la “vinculación”. No se necesita demasiada suspicacia para imaginar lo que se hace en ese espacio: los investigadores pagados por la UNAM, en laboratorios montados por la UNAM, usando el presupuesto que con nuestros impuestos se le otorga a la UNAM, hacen investigación para la industria, o sea para el capital.
Y para evitar “conflictos de interés”, el 8 de diciembre de 2015 se publicó en el diario oficial una reforma a la Ley de Ciencia y Tecnología y a la Ley Federal de responsabilidades administrativas de los servidores públicos (léase, en este caso, investigadores de instituciones públicas de educación superior y centros de investigación) para que las patentes puedan ser registradas por las empresas y los investigadores reciban regalías.
¿Cuál ha sido la reacción de la comunidad científica? Tal parece que están de acuerdo, y ¡cómo no, obtendrán jugosas regalías!
¿Es normal aceptar e incluso celebrar que empresas dedicadas a la elaboración de cosméticos como L’Oréal otorguen premios a mujeres destacadas en la ciencia, sin cuestionarnos lo que está detrás? ¿Por qué un laboratorio dedicado a la cosmetología está interesado en financiar y patentar estudios sobre nanotecnología? No conozco la respuesta pero es muy extraño que los científicos ya no nos cuestionemos cosas tan elementales como ésa.
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En la década de los 80 del siglo pasado, se instituyó en los centros de educación superior el modelo empresarial de la productividad. Si un profesor-investigador publica al menos 3 artículos al año, dirige un número razonable de tesis de licenciatura, maestría y doctorado, participa en congresos internacionales, hace tareas de divulgación y bueno sí, también da alguna clase de vez en cuando, entonces recibe un bono extra a su salario. Por supuesto que los salarios base ya no aumentan, así que el ingreso de los académicos universitarios depende de sus bonos o estímulos, que se miden en función de su “productividad”.
Este modelo ha tenido consecuencias funestas en varios terrenos.
La mayoría de los profesores-investigadores dedica la mayor parte de su jornada laboral a la producción de dichos artículos. ¿Impartir cursos a los estudiantes de los primeros niveles?
-¡No se puede! ¿A qué hora?
Los investigadores preocupados por cumplir los estándares de productividad, prefieren impartir cursos en los últimos semestres, cursos en los que el número de estudiantes es reducido y los que, por lo general, adoptan la modalidad de seminarios, es decir, los estudiantes trabajan por su cuenta. Éste es su semillero para tesis.
Por tanto, los cursos básicos, los que proporcionan a los estudiantes los cimientos de la ciencia, han sido abandonados por los investigadores.
Es decir, un terreno que ha padecido los efectos de este modelo es la enseñanza de las ciencias.
Publicar tres artículos al año, al menos en matemáticas, es condenar a la ciencia al estancamiento. ¿Quién se interesará en abordar los problemas abiertos -como la conjetura de Fermat que se formuló a mediados del siglo XVII y que se demostró en la última década del siglo XX, es decir 3 siglos después?
Otra de las funestas consecuencias de este modelo empresarial es la eliminación del trabajo colectivo.
Recuerdo que en la década de los 70 del siglo pasado, en la Facultad de Ciencias de la UNAM había una gran cantidad de seminarios sobre los distintos tópicos que se investigaban. Los académicos se reunían para compartir sus avances.
Pero si ahora la evaluación de cada profesor-investigador depende del número de publicaciones, de tesis dirigidas, de participación en congresos, etc., no se pueden compartir los avances en las investigaciones a riesgo de perder la “exclusiva”. Es decir, ¿quién participará ahora en colectivos de investigación si los reconocimientos serán individuales?
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Pero quizá en el terreno en que la hidra ha logrado su mayor avance es en el terreno de la ética profesional.
Si antes el objetivo de los científicos era construir nuevo conocimiento, ahora lo que importa es cómo los ven sus pares, por ejemplo: ¿cuántos de ellos los citan en sus publicaciones? o ¿a cuántos premios los proponen?
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Podría seguir enumerando aspectos del quehacer actual de los científicos ante los que no sólo no hemos dicho ¡Ya basta!, sino que hasta nos llenan de orgullo, pero no para eso nos han convocado las y los compañeros zapatistas. Ya habrá oportunidad en otro momento.
Una y otra vez, las y los compañeros zapatistas nos han advertido de la tormenta que viene, una tormenta que arrasará con todo y con todos; nos han demostrado que la hidra capitalista en su insaciable afán de ganancia es incapaz de detener la destrucción que ella misma produce; nosotros mismos hemos aportado evidencia contundente de que la destrucción avanza sin freno.
Pero por alguna razón, a pesar de nuestra formación científica, hemos ignorado las consecuencias de la destrucción anunciada.
Ahora las y los compañeros zapatistas nos han pedido que compartamos con ellos nuestros conocimientos científicos porque los necesitan para seguir construyendo su arca –ellos sí la están construyendo-.
Es probable que algunos de nosotros aceptemos dicha petición pensando que de esta forma los ayudaremos a salvarse de la tormenta.
Pero me parece que lo que no alcanzamos a ver es que con esta petición, las y los compañeros nos están lanzando un salvavidas. Sí, ellos nos están dando la oportunidad de construir nuestra arca al lado de ellos.
4 de enero de 2016
M. en C. Ma. del Pilar Martínez Téllez