29 de diciembre del 2016.
Ciencia ficción.
Recuerden eso: ciencia ficción. Ya verán que, en sus próximas pesadillas, les ayudará para no angustiarse tanto, o al menos para no angustiarse inútilmente.
Tal vez recuerden alguna película de ciencia ficción. Tal vez a alguna, alguno de ustedes, la ciencia ficción los llevó luego al camino de la ciencia científica.
A mí no, tal vez porque mi película de ciencia ficción favorita es “La Nave de los Monstruos”, con el inolvidable Eulalio González, “el Piporro”, y cuya banda sonora ha sido injustamente excluida de los premios Oscar, los Globos de Oro, o el renombrado y local “Pozol de Barro”. Tal vez hayan escuchado hablar de ella, es una película de “culto”, según alguna de esas revistas especializadas que nadie lee, ni los que la editan. Si recuerdan el filme y/o lo ven, de seguro entenderán por qué terminé perdido en las montañas del Sureste Mexicano, y no extraviado en la asfixiante red burocrática que, al menos en México, ahoga la investigación científica.
Y también celebrarán que haya sido esa película mi referente de ciencia ficción, y no “2001, Odisea del Espacio” de Kubrick, o “Alien, el octavo pasajero” de Riddley Scott (con la teniente Rippley rompiendo el esquema del macho sobreviviente de Charlton Heston en “El Planeta de los Simios”), o “Blade Runer”, también de Ridley Scott, donde la pregunta, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, es el punto nodal.
Así que al Piporro y su “Estrella del Desello”, y al robot Tor enamorado de una rockola, deben agradecer el que yo no esté de su lado en este encuentro.
En fin, filias cinéfilas aparte, supongamos una película promedio del género: un apocalipsis en curso o en el pasado; la humanidad entera en peligro; primero un audaz e intrépido varón como protagonista; después, de la mano del feminismo inocuo, una mujer, también audaz e intrépida; un grupo de científicos es convocado a una instalación súper secreta (claro, invariablemente situada en la Unión Americana); un militar de alto rango les explica: deben crear un plan que salve a la humanidad; se hace, pero resulta que necesitan de un individuo o individua que, dicho de paso, anule el trabajo colectivo y, en el último segundo, corte, con unas pinzas que aparecieron inexplicablemente, el cable verde o azul o blanco o negro o rojo en una decisión azarosa, y zás, la humanidad está a salvo; el grupo de científicos aplaude a rabiar; el muchacho o la muchacha encuentran el verdadero amor; el respetable público se retira de la sala, mientras los colados revisan los asientos para ver si alguien dejó, a medio terminar, algún cartón de palomitas, con ese delicioso e inigualable sabor a benzoato de sodio.
La catástrofe tiene variados orígenes: un meteorito ha cambiado de ruta con la misma constancia de un político haciendo declaraciones sobre el gasolinazo; o un tornado de tiburones; o un planeta desviado de su curso; o un sol irritado y lanzando fuera de su órbita una de esas lenguas ígneas; o una enfermedad proveniente del espacio o de una nave extraterrestre; o un arma biológica que se sale de control y, convertida en gas inodoro, transforma a quien entra en contacto con él y lo transmuta en político profesional o en algo no tan horrible.
Eso, o el apocalipsis ya es un hecho y un grupo de sobrevivientes deambula sin esperanza, introyectando la barbarie exterior en su comportamiento individual y colectivo, mientras la humanidad agoniza.
El final puede variar, pero la constante es el grupo de científicos, sea como responsables de la catástrofe, sea como esperanza de salvación, claro, si un chico o chica guapa aparece en el momento oportuno.
O el desenlace puede ser de interrogante, o de plano modelo “dark azotado” (ya José Alfredo Jiménez nos había advertido que “la vida no vale nada”).
Bien, tomemos como ejemplo cualquier novela, película o serie de televisión de tema apocalíptico o catastrófico. Digamos una con tema de moda: zombis.
Un ejemplo concreto, la serie de televisión “The Walking Dead”. Para quien no la conoce el argumento es sencillo: por alguna causa sin definir, las personas que mueren, se “convierten” en zombis; el protagonista deambula, se topa con un grupo, establecen una organización jerárquica en continua crisis, y tratan de sobrevivir. El éxito de la serie pudiera deberse a que muestra a personajes que en situaciones normales son mediocres o parias, y se convierten en heroínas y héroes dispuestos a todo. Algun@s de ellos:
Michonne, una ama de casa ninguneada por el marido y los hermanos, convertida en una temible guerrera con katana (interpretada por la actriz y dramaturga Danai Jekesal Gurira y, no es por dárselas a desear, es la única de quien doy el nombre real porque, en el baúl dejado por el SupMarcos encontré una foto de ella en el personaje de Michonne, dedicada de su puño y letra al finado, ¡arrrrroz con leche!).
Daril, un paria manipulado, transformado en un “tracker” y ballestero temible. Hasta ahora, el símbolo de la insumisión, la resistencia y la rebeldía.
Glenn, un repartidor de pizzas vuelto explorador estrella. El milusos y mil vidas de la serie, hasta que Rickman regresó al comic.
Maggie, una joven a la que el apocalipsis zombi salva de la vida monótona de la granja y la convierte en líder aún embarazada.
Carol, una esposa maltratada, transfigurada en la versión femenina de Rambo pero inteligente.
Carl, un púber que esconde detrás del parche a un asesino serial, como bien dedujo Negan.
Eugene, el nerd que simboliza la ciencia y pasa a ser, de mitómano, a útil para el colectivo.
El Padre Gabriel, el religioso convenenciero y oportunista que se reconvierte y se vuelve necesario.
Tara y Aaron, la lesbiana y el gay que aseguran corrección política a la trama.
Rosita, mi sueño húmedo preferido, la latina que combina pasión, habilidad y coraje.
Morgan, el superviviente en modo monje shaolín.
Sasha, la mujer que muta del rol clásico romántico a la de superviviente realista.
Y, en la parte alta de la jerarquía, el maltrecho símbolo del orden, Rick, un ex alguacil que difícilmente puede ocultar las inclinaciones fascistas de cualquier policía.
No sé en qué temporada van. Desde la quinta dejé de verla porque al películero que me mandaba las ediciones “alternativas” le cayó la justicia y a saber dónde está (lo que es una pena, porque me había prometido hasta la temporada 10, aunque ni siquiera Kirkman sabe si habrá 10 temporadas). Pero con lo que he alcanzado a ver, me doy cuenta del porqué de su éxito.
Como quiera, no es difícil seguir la trama, basta revisar los spoliers que se cuelan en twiter en los hashtags respectivos.
Hace algunas lunas, le pregunté a una compañera qué hubiera pasado si Rick, o cualquiera de los del grupo, supiera con anterioridad que iba a pasar lo que pasó. Elijo al policía porque parece que es el único que tiene garantizada la supervivencia, al menos en el comic homónimo.
Rick, ¿se hubiera preparado?, ¿habría construido un bunker y en él acumularía alimentos, medicinas, combustible, armas y municiones, las obras completas de George Romero?
¿O tal vez intentaría detener el desastre?
La compañera, zapatista al fin, me respondió con la misma pregunta: ¿qué pensaba yo que hubiera hecho Rick Grimes?
No dudé en responderle: nada. Aun sabiendo lo que iba a pasar, ni Rick, ni cualquiera de los personajes hubieran hecho nada.
Y eso por una sencilla razón: a pesar de todas las evidencias, seguirían pensando, hasta el minuto previo, que nada malo iba a pasar, que no era para tanto, que alguien en algún lado tendría la solución, que el orden se restablecería, que habría a quien obedecer y a quien mandar, que, en todo caso, la desgracia le pasaría a otros, en otra parte, lejos en geografía o lejos en posición social.
Pensarían hasta la víspera que la desgracia es algo destinado, no a ellas, ellos, elloas, sino a quienes sobreviven abajo… y a la izquierda.
Zombis aparte, en la mayoría de esas narraciones apocalípticas, hay uno o varios momentos en que alguien, invariablemente el o la protagonista, cuando todos están rodeados por una horda de zombis, o el meteorito está a poca distancia de sus cabezas, o una situación límite semejante, con serenidad y aplomo dice: “Todo va a salir bien”.
Y resulta que, en este encuentro, a mí me ha tocado el ingrato papel de aguafiestas. Así que debo decirles lo que vemos: No, no es una película de ciencia ficción, sino la realidad; y no, no todo va a salir bien, sólo algunas pocas cosas saldrán bien si nos preparamos antes.
Según nuestros análisis (y hasta ahora no hemos visto a nadie ni nada que los refute, antes bien, los confirman), estamos ya en medio de una crisis estructural que, en términos coloquiales significa imperio de la violencia criminal, catástrofes naturales, carestía y desempleo desenfrenados, escases de servicios básicos, colapso energético, migraciones, hambre, enfermedad, destrucción, muerte, desesperación, angustia, terror, desamparo.
En suma: deshumanización.
Un crimen está en curso. El más grande, brutal y cruel en la breve historia de la humanidad.
El criminal es un sistema dispuesto a todo: el capitalismo.
En términos apocalípticos: es una lucha entre la humanidad y el sistema, entre la vida y la muerte.
La segunda opción, la de la muerte, no se las recomiendo.
Mejor no se mueran. No les conviene. Créanme, yo algo sé de eso porque he muerto varias veces.
Es muy aburrido. Como las entradas al cielo y al infierno sufren de una burocracia pesada (aunque no tanto como las de las universidades y centros de investigación), la espera es peor que en un aeropuerto o central de autobuses en épocas decembrinas.
El infierno es ídem, tienes que organizar encuentros de artes, de ciencias exactas y naturales, de ciencias sociales, de pueblos originarios, y cosas igualmente terribles. Te obligan a bañarte y peinarte. Te inyectan y te fuerzan a comer sopa de calabazas todo el tiempo. Tienes que escuchar a Peña Nieto y a Donald Trump en una conferencia de prensa sin fin.
El cielo, por su parte, es igual, sólo que ahí tienes que soportar el coro monótono de unos ángeles descoloridos, y todos te dan largas si lo quieres hablar al dios para quejarte de la música.
En resumen; digan no a la muerte y sí a la vida.
Pero no se engañen.
Van a tener que luchar todos los días, a todas horas y en todo lugar.
En esa lucha, tarde o temprano, se darán cuenta de que sólo en colectivo tendrán posibilidades de triunfar.
Y, aun así, verán que necesitan también las artes, y que nos necesitan también a nosotras, y a otros, otras, otroas como nosotros.
Organícense.
Como zapatistas que somos no sólo no les pedimos que abandonen su práctica científica, les demandamos que continúen en ella, que la profundicen.
Sigan explorando éste y otros mundos, no se detengan, no desesperen, no se rindan, no se vendan, no claudiquen.
Pero también les pedimos que busquen las artes. Aunque parezca lo contrario, ellas “anclarán” su quehacer científico en lo que tienen en común: la humanidad.
Disfruten la danza en cualquiera de sus versiones. Tal vez al inicio no puedan evitar enmarcar los movimientos en las leyes de la física, pero después sentirán, punto.
Vayan más allá de la geometría, la teoría del color y la neurología y gocen la pintura y la escultura.
Resistan la tentación de encontrarle lógica científica a ese poema, a esa novela, y dejen que las palabras les descubran galaxias que sólo en las artes viven.
Ríndanse ante la falta de sustento científico en las historias que en teatro y cine se asoman a lo humano imperfecto, voluble e impredecible.
Y así con todas las artes.
Ahora imaginen que no es su cotidianeidad de ustedes, sino esas artes las que están en peligro de extinción.
Imaginen a personas, no estadísticas, hombres, mujeres, niños, ancianos, con un rostro, una historia, una cultura, amenazadas con el aniquilamiento.
Véanse en esos espejos.
Entiendan que no se trata de luchar por ellas o en su lugar, sino con ellas.
Véanse a sí mismas, a sí mismos, como los vemos nosotras, nosotros, zapatistas.
La ciencia no es su límite, su peso muerto, su carga inútil, la actividad que deben ejercer en la clandestinidad u ocultándose en el closet de las academias y los institutos.
Entiendan ya lo que ya entendimos nosotros: que, como científicas y científicos, ustedes luchan por la humanidad, es decir, por la vida.
-*-
Ayer nos explicaba el Subcomandante Insurgente Moisés, que los pueblos son ya, y desde hace décadas, nuestros maestros, nuestros tutores. Que el interés por las ciencias es nuevo en el zapatismo. Que ha sido incitado por las nuevas generaciones, por las jóvenas y jóvenes zapatistas que quieren saber más y mejor de cómo es el mundo. Que de los pueblos organizados salió el novísimo empujón que nos tiene frente a ustedes.
Cierto. Pero lo que no es nuevo en el zapatismo es la lucha por la vida.
Aun en la disposición y planes frente a la muerte, tuvimos desde el inicio la preocupación por la vida.
Los que tienen más edad, o interés a pesar de la edad, pueden conocer lo que fue el alzamiento: la toma de las 7 cabeceras municipales; los bombardeos, los choques con las fuerzas militares, la desesperación del gobierno al ver que no podía derrotarnos, el levantamiento civil que lo obligó a detenerse, lo que le ha seguido en estos ya casi 23 años.
Lo que tal vez no conozcan, es lo que le voy a contar a continuación:
Nos preparamos para matar y morir, eso ya se los resumió el Subcomandante Insurgente Moisés. Entonces teníamos dos opciones frente nuestro: el país se incendiaba o nos aniquilaban. Imaginen nuestro desconcierto cuando no ocurrió ni una ni otra cosa, pero eso es otra historia para la que tal vez habrá ocasión.
Dos opciones, pero ambas tenían como común denominador la muerte y la destrucción. Aunque no lo crean, lo primero que hicimos fue prepararnos para vivir.
Y no me refiero a quienes combatimos, a quienes los conocimientos de resistencia de materiales nos sirvieron para tomar abrigo y cubierta en combates y bombardeos; o a los conocimientos que permitieron a las insurgentas de sanidad salvar la vida de decenas de zapatistas.
Hablo de las bases de apoyo zapatistas, ésas a quienes, como explicó anoche el Subcomandante Insurgente Moisés, les debemos el camino, el paso, el rumbo y el destino como zapatistas que somos, así como les debemos el interés por las artes, las ciencias, y el esfuerzo por incluirnos con trabajadores del campo y de la ciudad, el cuartel mundial de lucha, de resistencia y rebeldía que se llama “Sexta”.
Desde algunos años previos a ese primero de enero aparentemente ya lejano, en las comunidades zapatistas se formaron los llamados “batallones de reserva”.
La misión que se les encomendó fue la más importante del gigantesco operativo que llevó al combate a miles de combatientes: sobrevivir.
Durante meses se les dio instrucción. Miles de niños, niñas, mujeres, hombres y ancianos se entrenaron para protegerse de las balas y las bombas, para reunirse y replegarse en orden en caso de que el ejército atacara o bombardeara los poblados, para colocar depósitos de comida, agua y medicinas que les permitieran sobrevivir en las montañas durante mucho tiempo.
“No morir” era la orden única que debían acatar.
La que teníamos quienes salimos a combatir era: “No rendirse, no venderse, no claudicar”.
Cuando regresamos a las montañas y nos reencontramos con nuestros pueblos, fusionamos las dos órdenes y las convertimos en una sola: “luchar por construir nuestra libertad”.
Y acordamos hacerlo con todas, con todos, con todoas.
Y acordamos que, si no era posible hacerlo en este mundo, entonces haríamos otro mundo, uno más grande, uno mejor, uno donde quepan todos los mundos posibles, los que ya hay y los que aún no imaginamos pero que ya están en las artes y las ciencias.
Muchas gracias.
Desde el CIDECI-Unitierra.
SupGaleano.
México, diciembre del 2016.
Del cuaderno de Apuntes del Gato-Perro.
“La Carencia”
Estaba yo en mi champa, revisando y analizando algunos videos de las jugadas de Maradona y de Messi.
Como si fuera una premonición, llegó rebotando una pelota hasta el interior. Detrás de ella llegó “Defensa Zapatista”, entrando sin avisar ni pedir permiso. Detrás de la niña, entró el mentado gato-perro.
“Defensa Zapatista” tomó el balón y se acercó a mirar por encima de mi hombro. Yo estaba demasiado ocupado tratando de evitar que el gato-perro se comiera el ratón de la computadora, así que no me di cuenta de que la niña miraba con interés los videos.
“Oí Sup”, me dijo, “¿tú lo crees que son muy muy el Maradona y el Messi?”
Yo no respondí. Por experiencia sé que las preguntas de Defensa Zapatista o son retóricas, o no le interesa saber qué respondo.
Ella siguió:
“Pero no lo estás viendo bien el asunto”, dijo, “por más que mucho de arte y de científicos, los dos tienen una gran carencia”.
Sí, así dijo: “carencia”. Yo ahí sí la interrumpí y le pregunté: “¿Y tú de dónde la sacaste esa palabra o dónde la aprendiste?”
Me respondió indignada: “Me la dijo el Pedrito, el muy maldito. Me dijo que no podía jugar fútbol porque las niñas tienen una carencia de técnica”.
“Yo me embravecí y le di un zape, porque no lo sé qué cosa quiere decir esa palabra y qué tal que es una grosería. Claro, el muy maldito de Pedrito fue a acusarme con la promotora de educación y me llamaron. Yo lo expliqué a la maestra como quien dice la situación nacional y de internacional, que está cabrón de la Hidra y todo. Y como la promotora entendió que tenemos que apoyarnos como mujeres que somos, no me regañaron, pero me pusieron a buscar qué cosa quiere decir “carencia”. Y yo pues pensé que es mejor ese castigo a que me manden a comer sopa de calabaza”.
Yo asentí comprensivo, mientras trataba de quitarle el mouse de la boca al gato-perro.
“Pues total, que lo fui a buscar en el internet de la Junta de Buen Gobierno qué cosa es “carencia” y ahí nomás lo vi que es una canción de los musiqueros de lucha, que es bien alegre y todos se ponen a bailar y a brincar como que se metieron a donde hay hormiga arriera. Entonces fui con la promotora de educación y ya le dije que “carencia” es una canción que dice: “Por la mañana yo me levanto, no me dan ganas de ir a estudiar”. La promotora se río y dijo “será a trabajar”. Entonces le dije que las músicas son según cada quien y según su problema que tiene. O sea que le di la explicación política, pero creo ella no entiende, porque sólo se ríe. Y entonces que me manda de vuelta, que no la canción, sino que tengo que saber qué quiere decir la palabra. Y anda vete, ahí voy de vuelta y tengo que esperar que el que está de guardia en la Junta lo manda una denuncia, y entonces ya pude entrar yo y ahí lo miré que “carencia” quiere decir que te falta algo. Y voy otra vuelta con la promotora y ya le dije, y entonces ella me dijo que ya vi que no es grosería y me felicitó, pero como ahí estaba el Pedrito de metiche, le di otro zape, por andar diciéndome que me falta la técnica. Y entonces pues la promotora dijo que le va a decir a mis mamaces que así estoy haciendo, entonces pues me vine a esconder aquí porque lo sé que a ti no hay quien te viene a ver”.
Yo encajé la puya con heroísmo, pues logré al fin arrebatarle el ratón al gato-perro.
“Defensa Zapatista” siguió su perorata:
“Pero no preocupas Sup, antes de entrar, primero me asomé para ver si no estás viendo fotos de mujeres encueradas que, errrr, de una vez, Sup, no se puede creer, y como quiera no te voy a acusar con el colectivo de “Como mujeres que somos”, pero claro te digo que no sirve así como haces, porque eso quiere decir que tienes carencia de mamaces, o sea que, como dice el SubMoy cuando se embravece, no tienes madre”.
Yo aclaro aquí que no es cierto lo que dice “Defensa Zapatista”, lo que pasa es que estaba yo tomando un curso por correspondencia de anatomía.
Como quiera, antes de que la niña siguiera balconeándome, le pregunté por qué decía que Maradona y Messi tenían una gran carencia.
Ella ya casi estaba en el dintel de la puerta cuando me respondió:
“Porque les falta algo que es lo más importante: ser mujeres”.
-*-
“Un Viaje Interestelar”
Entre el montón de papeles y dibujos que dejó en difunto SupMarcos, encontré esto que a continuación les leo. Es una especie de borrador o apuntes para un guion, o algo así, de una supuesta película de ciencia ficción. Se llama:
“¿Hacia dónde la Mirada?”
Planeta Tierra. Algún año lejano en el futuro, digamos 2024. Entre los nuevos destinos turísticos, ahora se puede viajar al espacio y dar la vuelta al mundo en un satélite adaptado “ad hoc” para ese fin. La nave espacial es una réplica en escala del satélite lunar, con un gran ventanal que da vista, todo el tiempo del viaje, a la Tierra. En el lado contrario, digamos la parte posterior, hay una especie de claraboya, del tamaño de una ventana casera, que da siempre vista hacia el resto de la galaxia. Los turistas, de todos los colores y nacionalidades, se agolpan en el ventanal que mira hacia el planeta de origen. Se toman selfies y trasmiten en stream a sus familiares y amistades las imágenes del mundo, “azul como una naranja”. Pero no todos los viajeros están de ese lado. Al menos cuatro personas están frente a la ventana contraria. Se han olvidado de sus respectivas cámaras y miran extasiados el abigarrado collage de cuerpos celestes: el serpenteante trazo de luz polvosa de la Vía Láctea, el rutilante destello de estrellas que tal vez ya no existan, la danza frenética de astros y planetas.
Una de las personas es artista; no está inmóvil, en su cerebro imagina notas y ritmos, líneas y colores, movimientos, secuencias, palabras, representaciones inertes o móviles; sus manos y dedos se mueven involuntariamente, sus labios balbucean palabras y sonidos incomprensibles, cierra y abre los ojos continuamente. Las artes miran lo que miran y miran lo que puede llegar a ser mirado.
Otra de las personas es científica; nada de su cuerpo se mueve, mira fijamente no las luces y colores cercanos, sino las más lejanas; en su cerebro imagina galaxias impensadas, mundos inertes y vivos, estrellas naciendo, hoyos negros insaciables, naves interplanetarias sin banderas. Las ciencias miran lo que miran y miran lo que puede llegar a ser mirado.
La tercera de las personas es indígena, de estatura menor, de tez oscura y rasgos ancestrales, mira y toca la ventana. Su mente y cuerpo cargan sobre el sólido material transparente. En su cerebro imagina el camino y el paso, la velocidad y el ritmo; imagina un destino en continua mutación. Los pueblos originarios miran lo que miran y miran la vida que puede llegar a ser creada para ser mirada.
La cuarta de las personas es zapatista, de complexión y tez cambiante, mira a través y toca delicadamente con su mano el cristal, saca su cuaderno de apuntes y empieza a escribir frenéticamente. En su cerebro empieza a hacer cuentas, listas de tareas, trabajos a emprender, traza planos, sueña. El zapatismo mira lo que mira y mira el mundo que será necesario construir para que las artes, las ciencias y los pueblos originarios puedan realizar sus miradas.
Al término del viaje, mientras los demás viajeros adquieren los últimos souvenirs en las tiendas “duty free”, la persona artista corre a su estudio, o lo que sea, para que su mirada sea sentida por otros, otras, otroas; la persona científica convoca inmediatamente a otras y otros científicos porque hay teorías y fórmulas que hay que proponer, demostrar, aplicar; la persona indígena se reúne con sus semejantes y les cuenta lo mirado, para que, en colectivo, la mirada defina el camino, el paso, la compañía, el ritmo, la velocidad y el destino.
La persona zapatista va su comunidad, en la asamblea del pueblo explica y detalla todo lo que hay que hacer para que la artista, la científica y la indígena puedan viajar. La asamblea lo primero que hace es criticar la historia o cuento o guion o como se diga, porque falta poner a los trabajadores del campo y la ciudad. Se propone entonces que una comisión le haga una carta al finado SupMarcos para que ponga en el cuento al quinto elemento, o sea al gato-perro, que porque ya se comió el cable del internet y dos usb´s de los Tercios Compas, y se la pasa persiguiendo el mouse de la computadora, así que mejor se lo lleven; y que ponga, como sexto elemento, a la Sexta también, porque sin la sexta no está cabal la historia. Aprobado eso, la asamblea propone, discute, agrega y quita, planea los tiempos, distribuye los trabajos, vota el acuerdo general y nombra las comisiones para cada tarea.
Antes de que se dé por terminada la asamblea y cada quien vaya al trabajo que le corresponde, una niña pide la palabra.
Sin pasar al frente, parada casi al fondo de la casa comunal, la niña se esfuerza por elevar la voz y dice: “yo propongo que en la lista de cosas que les van a dar para que llevan, pongan una pelota y una bola de pozol”.
El resto de la asamblea estalla en risas. El SubMoy, que es quien está en la mesa que coordina la reunión, llama al respeto. Conseguido el silencio, el SubMoy le pregunta a la niña cómo se llama. La niña responde “Yo me llamo Defensa Zapatista” y pone su mejor cara de “no pasarán, manque sean extraterrestres”. El SubMoy entonces le pregunta a Defensa Zapatista por qué propone eso.
La niña se sube a la banca de madera y argumenta:
“La pelota es porque si no van a poder jugar, pues de balde van a donde quieren ir. Y la bola de pozol es para agarran “juerza” y no se desmayan en el camino. Y también para que allá, lejos, donde están los otros mundos, no se olvidan de dónde salieron”.
La propuesta de la niña es aprobada por aclamación.
El SubMoy está a punto de dar por terminada la reunión, cuando “Defensa Zapatista” levanta su manita pidiendo de nuevo la palabra. Se le concede.
La niña habla mientras, con un brazo, sostiene un balón de fútbol, y con el otro abraza un animalito que parecer ser un perro… o un gato, o un gato-perro:
“Sólo les quiero decir que no hemos completado el equipo, pero no preocupan, ya vamos a ser más, de repente dilata, pero ya vamos a ser más”.
Doy fe.
Guau-miau.